viernes, 8 de agosto de 2008

Marketing y ecología: la moda se viste de verde

Jeans de algodón orgánico, ropa interior a base de soja, remeras de tela de bambú: la explosión del consumo responsable gana cada vez más adeptos en el mundo, pero no siempre es sencillo comprobar si el proceso de fabricación de productos promocionados como "ecológicos" efectivamente abre el camino hacia un nuevo equilibrio entre consumo y medio ambiente.

Dejemos de lado los clichés acerca de la moda verde, ¡oh cínicos!, y supongamos que ahora todos están de acuerdo en salvar al mundo haciendo las compras para las fiestas en Barneys, donde hasta las vidrieras promueven la ropa ecológica. Supongamos también que los jeans de algodón orgánico son buenos para la Madre Tierra y la ropa interior a base de soja salvará algún día a los osos polares.

Llevemos todas nuestras compras de ropa sensible al medio ambiente, hechas de bambú, maíz, coco, cáñamo y/o ananá en nuestras bolsas reutilizables. Si sólo aceptar la moda verde fuera tan fácil.

No importa lo sinceros que puedan ser los diseñadores de moda en sus esfuerzos por abrazar el movimiento verde esta temporada, los consumidores pueden verse confundidos a la hora de evaluar el impacto ambiental de muchos productos que, se afirma, son ecológicos.

Luego de tomar en cuenta las telas usadas en la ropa y cómo fueron producidas, los verdaderos beneficios de la soja versus el algodón orgánico versus el poliéster reciclado pueden ser escasos o confusos o posiblemente engañosos.

"Cuando sólo se analizan las materias primas para ver si algo es realmente verde, uno es como un ciego sosteniendo la cola de un elefante", dijo Chris Van Dyke, CEO de Nau, una línea de ropa para la naturaleza que tiene tres años de existencia, fundada sobre el principio de prácticas sustentables en todo su ciclo de producción, incluyendo los costos ecológicos de envío y cuidado de las prendas. "Hay que tener en cuenta muchos factores", añadió.

Cierta ropa, como los jeans de Loomstate de algodón orgánico, que cuestan 295 dólares -se venden sin lavar y sin fijar el color, para ahorrar energía- requieren cuidados inusuales.

Una muda de ropa interior de la marca 2(x)ist de soja, a 24 dólares en Macy s, lleva una etiqueta con el alerta de que se deben esperar imperfecciones. "Estas características no deben considerarse fallas de la tela -dice el envoltorio- sino más bien una cualidad intrínseca que contribuye a la unicidad de la prenda".

Algunos diseños que se comercializan como ecológicos pueden incluir sólo una fracción de algodón orgánico o una etiqueta hecha de papel reciclado.

Y algo de la llamada moda verde puede ser sencillamente tonto, como la bolsa de lona Goyard que se ofrece en el catálogo de Barneys titulado "Tenga fiestas verdes": la bolsa cuesta 1065 dólares, más otros 310 por un monograma pintado de un símbolo triangular dorado de reciclado.

La tela, según el catálogo, es "100% reciclable". ¿Disculpe, la lona hay que reciclarla con el papel, el plástico o el vidrio? Casi todas las industrias han sentido la explosión del marketing verde. Verde es la nueva versión de "nuevo y mejorado".

Pero la tendencia ha avanzado tan rápido que se vuelve difícil evaluar la afirmación de que algunos productos son biodegradables, carbono neutrales o hechos de materiales sustentables. En reconocimiento del interés de los consumidores en rápida expansión, la Comisión Federal de Comercio indicó que reevaluará sus guías para la designación de verde en marketing, actualizada por última vez en 1998, para determinar si es necesario ampliarlas.

Más de la mitad de los 2007 encuestados en un estudio de compradores realizado en septiembre por BMW, una agencia de marcas, dijo que buscaba sellos de certificación en productos verdes para confiar en sus compras. "Ya no basta poner una etiqueta verde en algo y creer que es aceptable para los consumidores", dijo Rápale Bemporad, un socio de la agencia.

"Si uno pone una frase ambientalista en algo, se corre el riesgo de una reacción negativa de los consumidores más conscientes". Para los consumidores que tratan de equilibrar sus intereses entre el consumo y el medio ambiente, los factores a favor y en contra de la moda verde son complejos.

Se promueven las telas hechas de bambú o cáñamo, por ejemplo, diciendo que se cultivaron plantas sin pesticidas y que éstas crecen mucho más rápido que el algodón. Pero lo malo del bambú o el cáñamo es que sus fibras por lo general son naturalmente duras y se las ablanda antes de usarlas para tejer telas con tratamientos químicos, que producen más polución.

Naturalmente las telas más suaves hechas de soja tienen un impacto menor comparado con el algodón, según los grupos ambientales, pero son menos durables, por lo que la ropa se gasta más rápido y tiene que ser reemplazada más a menudo, lo que tiene su propio costo ambiental.

El algodón orgánico, que se ha puesto de moda en los últimos años entre los consumidores conscientes del medio ambiente porque se lo cultiva sin pesticidas, aún representa sólo una diminuta fracción de la cosecha global de algodón, alrededor del 0.02 por ciento, según estadísticas provistas por varias agencias.

Pero el algodón orgánico no se usa siempre en estado puro. Las normas del departamento de Agricultura no regulan la producción textil una vez que se cosecha el algodón, por lo que la tela puede ser tratada químicamente o impresa con tinturas tóxicas y aun así llevar etiqueta de orgánico.

Los diseñadores parecen motivados para crear productos que respondan a sus convicciones personales respecto de la ropa socialmente responsable. "La mayoría de las marcas tratan de decir la verdad", dijo Savania Davies-Keller, diseñadora de la marca de moda DDCLAB, que vende ropa hecha de fibra de maíz.

"Pero la marca depende de la fábrica y del fabricante de la materia prima. Uno, como consumidor final, depende la honestidad de su marca." Y hay otros factores que debe considerar el consumidor preocupado.

La ropa que se cose en fábricas lejos de las plantas que producen las telas y las tiendas que venden los productos terminados dejan huellas de carbono en su viaje por el mundo. La compañía Van Dyke usa poliéster reciclado en su ropa deportiva.

La tela se hace de botellas de gaseosa usadas y uniformes de poliéster recolectados en Estados Unidos y enviados a Japón para su procesado. La ropa es hecha entonces en China y distribuida en Estados Unidos.

"Todo esto es un equilibrio entre distintos factores", dijo Van Dyke. "Seguimos moviendo productos por el mundo, pero en definitiva lo vemos como más responsable en términos ambientales que usar telas más basadas en petróleo", agregó.

Hay un movimiento en favor de evitar las complicaciones de las telas reutilizando ropa vieja. Colecciones como Urban Renewal de Urban Outfitters y Project Alabama reciclan ropa vieja para hacer diseño nuevos.

Existen alternativas también para los consumidores que se muestran escépticos respecto de las joyas marcadas como "libres de conflicto" o "comercio justo", términos que buscan indicar que no hubo explotación de trabajadores en países subdesarrollados.

Tales diseños incluyen oro reciclado. Melissa Joy Manning diseña aros y collares con patas de zorro volador y dientes de perro salvaje perdidos naturalmente por sus dueños y la colección de Monique Péan incluye pulseras hechas de marfil fosilizado de antiguos lobos marinos y mamuts lanudos. Pero, ¿realmente son verdes?

Quizás no de la manera que uno espera. Péan compra el marfil a cazadores de subsistencia que viven un poco al norte del Estrecho de Bering en Shishmaref, Alaska, donde las temperaturas en ascenso han erosionado el hielo del mar y amenazan la aldea. Dijo que el 10 por ciento de sus ganancias serán donadas a la Fundación de Artes Nativas de Alaska y que ha contribuido con unos 20.000 dólares, pero su principal objetivo era aumentar la conciencia del impacto humano del cambio climático.

"Una escucha tanto acerca de lo verde y el medio ambiente", dijo. "Pero no se escucha a menudo hablar de la gente y los problemas que enfrenta ahora". Y no: la historia completa no se escucha muy a menudo. En su catálogo verde para las fiestas, Barneys promociona un vestido de 7600 dólares del diseñador Duro Olowu, en ascenso, diciendo que está hecho de un cocido de retazos de ropa reciclada.

Pero Olowu dijo en una entrevista que las telas no provienen de ropa usada. Se hicieron con una mezcla de sus propios estampados y algunas muestras originales no usadas de textiles de costura desechados que encontró. "No es reciclado", dijo. "Es recuperar y sostener lo ya existente".

Algunos sostienen que la ropa más verde -la que afecta menos adversamente a la tierra y a su clima- es la que uno ya posee. No se usarán nuevos recursos para fabricarla y si no necesita lavado frecuente y puede secarse al aire, tanto mejor.

Revisando mi ropero -luego de eliminar el detritus de 100 bolsas de plástico de la lavandería- llego a la conclusión de que debo ser una de las personas menos verdes del planeta, quizás responsable personalmente por la nube de polvo sobre China como resultado del exceso de pastoreo de cabras mongoles. Casi lo único que puedo considerar verde es una remera de la secundaria de hace 17 años y que aún puedo usar. Pero la lavo habitualmente en agua caliente en el lavarropas y la seco con el secarropas, para que se mantenga lo más suave posible. ¿Entonces qué puede hacer un consumidor no reformado frente a la moda verde que no siempre va bien?

"Lo perfecto no existe y probablemente nunca lo logremos", dice Leslie Hoffman, directora ejecutiva de Herat Pledge, un grupo sin fines de lucro que promueve el desarrollo y tecnologías sustentables. "Todos transigimos en algo todos los días. Hacerlo con los ojos abiertos y no de manera arbitraria es el mejor consejo que puedo dar".

Por Eric Wilson LA NACION Y The New York Times
Traducción: Gabriel Zadunaisky
16-12-2007

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